Según un estudio de la USC, el retraso del otoño resulta beneficioso para la salud y para sectores como el turismo
Desde 1950 hasta este año se pasó en Santiago de Compostela de 33 días de verano, con temperaturas que alcanzan o superan los 25 grados, a más de 60, casi el doble.
Este es uno de los datos resultantes de un estudio realizado por los geógrafos de la USC Alberto Martí y Dominic Royé que, a través del análisis de diversos indicadores climáticos y bioclimáticos, evidencian los efectos del cambio climático en Galicia. Los dos investigadores pertenecen al grupo Geobiomet, que integra especialistas en geografía y medicina y salud pública de las Universidades de Santiago y de Cantabria.
Los indicadores relacionados con las temperaturas son los que muestran «más claramente» los cambios que tuvieron lugar desde 1950 hasta 2016, y que «se continúan constatando a lo largo de 2017», explica la USC.
Considerando estivales los días con temperaturas que llegan a los 25 grados y tomando Compostela como ejemplo dada su posición geográfica central, la «significativa tendencia de aumento obtenida estadísticamente» es de 5,2 días por cada década, o sea, casi el doble de jornadas de verano en menos de 70 años.
«Estos cambios se perciben también en las fechas en las que se registran los primeros y los últimos días de verano», han apuntado Martí y Royé. «Si en las décadas de los 50 y 60, en Santiago, esos primeros días calurosos no tenían lugar como media hasta mediados de mayo, a partir sobre todo de la década de los 70 fueron adelantándose a razón de 7,1 días por década, de forma que entre 2010 y 2016 esos días con temperaturas máximas pueden comenzar ya a registrarse durante la segunda semana de abril».
Por el contrario, los últimos días con temperaturas estivales se van retrasando cada vez más, con un otoño que se resiste a llegar. Así, en esa estación se incrementaron los días con anomalías térmicas positivas, pasando de un promedio de 15 días calurosos en los otoños de los años 50 y 60 en Santiago hasta los 20/25 días de promedio en los últimos años.
HELADAS
Un retroceso se observa también en el caso de las temperaturas mínimas y el número de días de helada en las comarcas del interior de Galicia, que pasaron de un promedio de 19 a 12 por año y un retraso en su aparición de 2,5 días por década.
«De esta forma, si en los años 50 esas primeras heladas tenían lugar normalmente la mediados de noviembre, en los últimos años no suelen registrarse hasta comienzos de diciembre», han indicado los investigadores, que advierten de que estas tendencias «pueden tener efectos positivos en la actividad agraria para muchos cultivos, que van viendo como disminuye el riesgo y el período en el que pueden producirse las heladas».
En términos globales, Alberto Martí Ezpeleta y Dominic Royé observaron como entre 1950 y 2016 se produjo en otoño un desplazamiento del conjunto de temperaturas medias de esta estación hacia valores más altos, con menos días fríos e incremento de los calurosos.
Estos aumentos, indican, tienen una repercusión directa en el bienestar y en la salud de las personas, en actividades económicas como la agroganadera, la forestal o el turismo, en los recursos hídricos o en el riesgo de incendios, que se caracterizan por su notable sensibilidad ante los cambios del clima.
Así, mientras que los efectos son positivos para el turismo, «el aumento de las pérdidas de agua en el suelo y en la vegetación por evapotranspiración puede suponer un mayor estrés hídrico negativo para las plantas en los períodos que coincidan con una mayor escasez de precipitaciones, además de favorecer unas condiciones ambientales que hacen aumentar el riesgo y el período de incendios».
Fuente: El Correo Gallego