Todos conocemos a personas que son capaces de anticipar una tormenta antes que el hombre del tiempo. Porque les duelen los huesos o les molesta una cicatriz. La biometeorología, la disciplina científica que estudia la relación entre la atmósfera y los seres vivos, se ha encargado de darles la razón: se considera que entre un 30% y un 40% de las personas son meteorosensibles.
La información meteorológica es uno de los espacios preferidos de los espectadores y que más audiencia proporcionan a las cadenas de televisión. Tanto es así que algunos ocupan buena parte del informativo y, además de avanzar las condiciones del tiempo para las próximas horas o días en una zona geográfica determinada, hacen partícipes a sus fieles seguidores mostrando las fotografías que les envían. Pero lo cierto es que a algunas familias no les haría falta encender la tele, puesto que alguno de sus integrantes es capaz de anticipar el tiempo incluso antes que el propio presentador.
Hasta hace poco, expresiones como “me duele la rodilla, va a llover” o “tengo migraña, ha bajado la presión” nos parecían dignas de nuestras abuelas, pero la ciencia médica se ha encargado de demostrar que algunos factores meteorológicos, como la presión o la humedad, influyen en la salud, desencadenando o agravando determinadas patologías físicas y mentales. Se considera que entre un 30% y un 40% de las personas son meteorosensibles, según el psiquiatra y meteorólogo Jesús San Gil.
En un hospital de Tenerife constataron que pacientes con patología ansiosa presentaban su pico de urgencias durante las olas de calor y que las visitas por depresión eran más en días de mal tiempo
La biometeorología
Todas las grandes culturas (babilonios, egipcios, griegos, romanos, la antigua sabiduría china, la hindú…) se han preocupado por prever la evolución de la atmósfera en su entorno y han organizado sus calendarios en función de las estaciones, los ciclos de luz o el movimiento de la Luna, por ejemplo. Hipócrates (460-370 a.C.), considerado el padre de la medicina, ya escribió sobre la relación entre el tiempo y la salud y la enfermedad. En su tratado Aire, aguas y lugares, recomienda a todo aquel que quiera dedicarse a la práctica médica que primero considere “los efectos que cada estación del año produce”, así como “prestar cuidado a los cambios de estación más bruscos y, a menos que sea obligado, no pensar en aplicar cirugía o cuchillo en los intestinos antes de que hayan pasado 10 días del cambio de estación”.
Sorprendentemente, no se ha avanzado mucho en la materia desde entonces, en opinión de los expertos. Un punto de inflexión fue la creación, en 1956, de la Sociedad Internacional de Biometeorología, “la disciplina que estudia las relaciones directas e indirectas entre la atmósfera y los distintos seres vivos: plantas, animales y hombre”, en palabras de Pablo Fernández de Arróyabe, presidente electo de este organismo en el que colaboran meteorólogos, geógrafos, biólogos, médicos, climatólogos, ecologistas y otros científicos. Cuando se refiere al ser humano, es la biometeorología médica la que entra en juego con sus distintas subespecialidades, como la biometeorología psiquiátrica.
La biometeorología médica se desplegó en España en los años ochenta, cuando diversos especialistas que trabajaban en servicios de urgencias se empezaron a preguntar por qué algunos días ingresaban muchos más pacientes que otros. Uno de esos médicos era Javier López del Val, del hospital Clínico Universitario Lozano Blesa de Zaragoza. El neurólogo llevó un registro del día y la hora en que fueron atendidos los pacientes que ingresaron en su unidad durante un año. Posteriormente, cruzó estos datos con los de la máxima y la mínima presión atmosférica, temperatura y humedad, proporcionados por el Servicio Meteorológico Provincial de Zaragoza. Y encontró una correlación entre cambios atmosféricos y una mayor incidencia de accidentes cerebrovasculares (ictus).
Jesús San Gil, otro de los pioneros, realizó un estudio estadístico de las 14.438 urgencias psiquiátricas registradas en el hospital Universitario de Canarias, en Tenerife, durante siete años, entre 1987 y 1994. Obtuvo resultados interesantes, como que los pacientes con patología ansiosa presentaron el máximo de urgencias durante las olas de calor sahariano típicas del clima del archipiélago. Las urgencias por depresión fueron significativamente superiores los días de “mal tiempo” (fríos, nublados, lluviosos, ventosos) e inferiores los días de “buen tiempo” (soleados y subjetivamente agradables).
Situaciones estresantes
Según explica este psiquiatra y meteorólogo, el medio externo aéreo puede ejercer un exceso de tensión sobre los sistemas endocrino, nervioso o psicológico. Es lo que se conoce como estrés meteorológico. “Existen –señala– al menos cinco situaciones meteorológicas frecuentes en diversas áreas del planeta, capaces de provocar en la población sensible la reacción de estrés: los vientos ionizados tipo foëhn; las olas de calor, acompañadas o no de vientos del desierto; las olas de frío; las condiciones de intensa contaminación atmosférica y diversos cambios de tiempo muy bruscos, generalmente asociados a importante actividad frontal (de algún frente)”.
La presión atmosférica –la fuerza que ejerce el aire sobre la superficie terrestre– es uno de los agentes físicos que interfieren en la salud. Cuando disminuye, las personas meteorosensibles a este parámetro pueden experimentar más dolor en las articulaciones, trastornos digestivos, pérdida de concentración, memoria y reflejos, alteraciones del sueño e intensos dolores de cabeza.
Bien lo sabe María del Pilar Sánchez, que padece migraña desde hace años. “Normalmente tengo episodios por una combinación de factores: si un día he dormido poco y tengo estrés físico o emocional, tengo más probabilidades de tener migraña. Pero si además coincide con que el día está lluvioso o nublado, es seguro que la tendré”, asegura. La presión atmosférica disminuye con la altitud, de ahí que esta maestra madrileña tenga la sensación de que le va a estallar la cabeza cuando sube a una montaña muy alta.
En general, nuestro organismo tolera mejor el frío que el calor, pero eso no quiere decir que no nos afecten las bajas temperaturas. El frío favorece la vasoconstricción –los vasos sanguíneos se estrechan, y la sangre circula de manera más lenta–, los problemas respiratorios como por ejemplo anginas y bronquitis y los articulares como la lumbalgia y la ciática.
“El frío hace que nos contraigamos, por eso en invierno solemos tratar más casos de contracciones musculares, lumbalgias, hernias discales y problemas de articulaciones en general”, relata Pilar Bono, osteópata del centro Soma de Barcelona.
Cuando hay un exceso de humedad, se recrudecen los trastornos reumáticos como la artritis y la artrosis, ya que el tejido fibroso de las articulaciones aumenta su tamaño y causa dolor; por el contrario, cuando la humedad es baja, se produce sequedad de piel y de mucosas. Horas antes de que llueva, las personas meteorosensibles pueden estar más irritables y nerviosas, menos concentradas, con ronquera y congestión nasal. Al descargar una tormenta, sin embargo, el organismo genera serotonina, la hormona causante de la sensación de bienestar.
En Catalunya, es habitual utilizar la expresión “tocado por la tramontana” como sinónimo de chiflado. Aunque el impacto del viento en la salud mental es difícil de cuantificar, está demostrado que es capaz de modificar el comportamiento, en especial el viento föhn o foehn (de la palabra latina favonius o de la griega phoenix, que significa viento cálido del sur), propio de Centroeuropa.
El frío favorece la vasoconstricción, los problemas respiratorios como las bronquitis y los articulares como la lumbalgia y la ciática
El foehn y otros vientos
Como explica el geógrafo Fernández de Arróyabe, el fFoehn se produce “cuando una masa de aire cargada de humedad choca con una montaña y se ve obligada a ascender”. Cuanto más sube, más fría es la temperatura, “con lo que su capacidad de retener el vapor de agua es cada vez menor y empieza a llover; pero cuando llega arriba y pasa a la otra ladera, ocurre el efecto contrario: al descender, la temperatura es cada vez más cálida, y la masa de aire se vuelve seca”. Tanto, que los habitantes que vivan en ese valle pueden ver cómo los termómetros suben 10°C en pocas horas y entre 15°C y 25°C en dos o más días. El resultado: fatiga, ansiedad, irritabilidad, nerviosismo, dolor de cabeza, falta de concentración y memoria,
insomnio, aumento de la agresividad… “La importancia del foehn en psiquiatría –en opinión del doctor San Gil– reside no sólo en las perturbaciones causadas en la población normal y la que padece trastornos neuróticos-psicosomáticos, sino también en la relación encontrada por diversos autores con el hecho suicida”.
El especialista señala las similitudes entre los efectos biometeorológicos de este viento y las masas de aire cálidas y secas que se forman en el desierto del Sáhara y que, con frecuencia, se desplazan a las regiones vecinas, dando lugar a las olas de calor. “De instauración generalmente brusca, se caracterizan por las temperaturas elevadas (10°C por encima de la media climatológica de la estación para el mes en curso), la escasísima humedad (menor del 25%) y las calimas o polvo en suspensión que acompaña a los vientos racheados con que se suelen presentar”. Estos vientos, añade, “tienen nombres propios allá donde soplan”, leveche en Marruecos, levante en la España peninsular o siroco en Italia y Canarias.
En Estados Unidos concluyeron, tras analizar 60 estudios, que en días de mucho calor o de lluvia intensa aumentaban un 14% los conflictos intergrupales
Calor y agresividad
La masa de aire sahariana provoca un síndrome de extenuación o de irritación y una intensa deshidratación en personas sensibles, mientras que las calimas que las acompañan –que traen consigo polvo, ácaros, hongos, esporas, etcétera– empeoran diversas patologías respiratorias (asma, insuficiencia) y alérgicas. Una curiosidad es que, tanto en el caso del foehn como en los vientos del desierto, que afectan recurrentemente a una región, cuanto más tiempo lleva una persona exponiéndose a sus efectos, peor se adapta (se trata de una desaclimatación por un mecanismo de cansancio).
Que el calor, en general, produce irritabilidad es algo que ven en su consulta especialistas como Pilar Bono. La osteópata asegura que, cuando llegan las temperaturas cálidas en primavera, se multiplican los pacientes con problemas en la vesícula biliar y una sensación de enojo. El órgano y la emoción están relacionados, de ahí quizás expresiones como “no hagas bilis” cuando se pide a alguien que no esté disgustado o que no se enfade.
En el siglo XIX, con la fundación de la llamada estadística moral, se estableció por primera vez la correlación estadística entre determinados delitos y ciertos factores muy heterogéneos, entre ellos, la estacionalidad. Desde entonces, se sabe que en invierno se cometen más delitos contra el patrimonio que en verano, una estación que es más propicia a los delitos interpersonales; los delitos sexuales ocurren con mayor frecuencia durante la primavera. Recientemente, investigadores de la Universidad de California en Berkeley analizaron 60 estudios sobre las tasas de crímenes violentos en Estados Unidos y hallaron que en días de mucho calor, así como de lluvia intensa, los conflictos intergrupales aumentaban un 14%, mientras que las violaciones y la violencia doméstica lo hacían en un 4%.
Esta cifra es particularmente desconcertante teniendo en cuenta que, para el 2050, la temperatura global del planeta habrá aumentado tres grados, según las previsiones. En este sentido, varios estudios han identificado una relación entre el cambio climático y los choques étnicos en Europa o las guerras civiles en África.
Una de las causas sugeridas es la presión sobre los recursos y una respuesta biológica agresiva a causa del calor. “No es que haya una relación directa entre cambio climático y violencia, pero indirectamente, si por culpa de la sequía se pierden cosechas y hay hambre en determinadas zonas de África, el malestar social es mayor y puede que lleve a revueltas o a una sublevación”, matiza Fernández de Arróyabe.
Además de presidente electo de la Sociedad Internacional de Biometeorología, este geógrafo lidera el Grupo de Biometeorología de la Universidad de Cantabria (Geobiomet). Una de sus líneas de investigación es, precisamente, el cambio climático. Otra igual de importante es el desarrollo de pronósticos biometeorológicos.
La idea es que los efectos que las condiciones del tiempo ejercen sobre la salud humana se pueden prevenir aplicando sistemas de alerta sanitaria. Imaginemos, por ejemplo, que en los próximos días se va a originar una ola de calor. Con los datos en la mano, se podría avisar con antelación a las autoridades para que se prepararan ante el previsible aumento de ingresos en urgencias y evitar así poner en riesgo la salud de la población, uno de los objetivos principales de esta disciplina científica.
Fuente: magazinedigital.com